jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS DUEÑOS DE LA VERDAD



Costa Argentina, cualquier día de verano, 30ºC

Ana y Pedro están de vacaciones en la playa y mantienen el siguiente diálogo:

Pedro: ¿Venís al agua?

Ana: ¿Está muy fría?

Pedro: No, está buenísima… ¡calentita!

Ana: Dale, vamos…


2 minutos después…

Ana: ¡Pero está congelada!

Pedro: Aguantá un ratito que enseguida se te pasa.


A los 3 minutos…

Ana: ¡Tenías razón! Está calentita.


Es probable que muchos de nosotros hayamos escuchado conversaciones similares, y también es probable que a las personas de habla hispana esta conversación no les llame demasiado la atención.

Sin embargo, desde la mirada de la ontología del lenguaje y analizando un poco más en profundidad algunos de los fragmentos de la misma, podemos llegar a conclusiones que me resultan muy interesantes y nada triviales.


Una de ellas, es que desde lo que dicen, los participantes de la conversación parecieran tener acceso a características inherentes al agua… (buenísima, calentita, congelada).


Si nos atuviéramos estrictamente a lo que los hablantes están diciendo, deberíamos llegar a la conclusión que a lo largo de los cinco minutos en los cuales transcurre la conversación, la temperatura del océano sufrió variaciones significativas… Sin embargo, podría apostar que a ninguno de los lectores del diálogo transcripto más arriba, esta idea siquiera se les pasó por la cabeza…


El lenguaje estaba ahí cuando nacimos.


Vivimos inmersos en él y esto tiene sus consecuencias.


Nacimos en un lenguaje que nos pone en el centro.


Da como universalmente válidas nuestras opiniones (nuestros juicios) sobre las cosas y hace “sonar” como si aquello que nosotros opinamos sobre algo fuera la Realidad (con mayúsculas) sobre eso de lo que estamos opinando.


Así, cuando digo “el agua está fría”… parece que estuviera hablando del agua, pero en cambio estoy hablando sobre lo que a mí me pasa cuando toco el agua. Probablemente un esquimal podría disentir con el turista marplatense cuando hablaran de lo fría que el agua “está”.


Sin ir mas lejos, imagínense las oscilaciones que habría sufrido un termómetro que hubiera estado sumergido en el mar desde el momento en el que Ana dijo que el agua estaba congelada, hasta el momento en el que proclamó que estaba calentita.


He aquí la diferencia entre juicios y afirmaciones.


Una afirmación es algo que digo, para lo cual puedo ofrecer testigos o pruebas y básicamente aquello con lo cual todas las personas que comparten mi mismo idioma estarían de acuerdo.


Las afirmaciones pueden ser falsas o verdaderas.


Si digo que tengo dos ojos (y efectivamente los tengo) estaríamos ante una afirmación verdadera.

Si digo que tengo siete ojos (y en mi caso, por suerte, no los tengo) estaríamos ante una afirmación falsa.


A diferencia de las afirmaciones, no existen juicios verdaderos o falsos, en todo caso, siempre son opinables.


Los juicios pueden ser fundados o infundados… y adivinen cómo se fundan: ¡Con afirmaciones! (si bien el método completo de fundamentación de juicios lleva además otros pasos, por ahora nos quedaremos con este).


Si yo digo Manuel es alto… estoy emitiendo un juicio.


Para fundarlo, podría decir por ejemplo:

Manuel mide 1.95

El promedio de altura de los hombres que habitan el país donde vive Manuel es de 1.75.

Manuel mide 20 cm más de altura que la altura promedio de los hombres de su país.


Otros ejemplos de juicios:

La matemática es muy difícil.

Juan es un inútil.

Mariana tiene manos de manteca.

¿Cómo me relaciono con la matemática si “ES” muy difícil, o sea, si tiene una característica que le es propia y que no está en mis manos modificar?

¿Qué pasaría si dijera, la matemática me está resultando difícil por ahora?

¿Qué pasa con esa relación que tengo con la matemática?

¿Cómo será mi vínculo con Juan si él “ES” un inútil?

¿Qué pasa si pienso que eso que Juan hizo en el contexto en el que lo hizo, no fue útil a mi juicio en ese momento?


En el día a día… ¿diferenciamos cuándo estamos afirmando y cuándo estamos emitiendo un juicio?


Y acá viene la bomba:


¿De cuanto nos estamos perdiendo por vivir nuestros juicios como si fueran La Verdad Absoluta?




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